Rodrigo Restrepo Ángel
(Guru Dip Singh)
rodrestrepo@gmail.com
Meditar es un acto extraño. ¿Por qué habríamos de detener la vida para sentarnos, quietos, a no hacer nada? Y, sin embargo, hay una belleza sobria y profunda en el gesto simple de cerrar los ojos y respirar. Cuando pienso en la meditación, veo que no hay un acto más rebelde y libre que meditar. Nos saca de la tiranía de la actividad, de la necesidad imperiosa e impuesta de tener siempre que estar haciendo algo, pensando algo, planeando algo. Y, a la vez, creo que no hay un acto más obediente y pacífico que meditar. Parece no tener mucho sentido el concentrarse profundamente en “nada”. Pero, una vez entramos en él, parece que no hay un acto con mayor sentido que meditar.
En el supermercado espiritual de la nueva era encontraremos miles de técnicas, estilos, maestros y modas de meditar. Pero, en el fondo, meditar no tiene técnica. Podemos meditar en un punto fijo, en un mandala, en la llama de una vela, en un mantra, en una oración, en un sentimiento como la compasión o la paz, en un problema específico de la vida o en un acertijo sagrado como los koans de los budistas zen. Podemos meditar en movimiento como lo propone el Tai chi, el Qi gong o el yoga, o simplemente caminando o cocinando. Podemos meditar en la respiración, en la “supresión de los sentidos” –como lo dice una célebre frase de la filosofía yóguica– o visualizando luces y colores. Podemos meditar repitiendo una palabra, una frase, pasando las semillitas de un mala o las cuentas de un rosario. Podemos meditar en el sonido del agua o escuchando la vibración cósmica de un cuenco tibetano. Podemos siempre meditar en la respiración: contando las inhalaciones y las exhalaciones, reteniendo el aire por lapsos determinados, tapando una fosa nasal y luego la otra… o podemos simplemente sentarnos, cerrar los ojos y no hacer nada.
Imagino la cantidad de personas que cada día sienten la necesidad de sentarse, quince minutos, y sencillamente dejar que todo se calme. Conozco algunos que ya no pueden dejar de hacerlo. Meditar puede volverse un acto de limpieza, una higiene mental, como lavarse los dientes o bañarse por la mañana. A muchos se les ocurren las mejores ideas cuando meditan, justamente el momento en que están intentando no tener ideas.
Mucho se ha dicho en los últimos años sobre la meditación y la mente. Desde hace una década el neurocientífico Richard Davidson estudia a tiempo completo los efectos de la meditación sobre el cerebro y ha llegado a conclusiones bastante interesantes. Ha descubierto que la meditación estimula la actividad en la corteza prefrontal izquierda, un área que se asocia a la generación de las emociones positivas. Además, encontró que mejora significativamente el funcionamiento del sistema inmune. Él también descubrió que en los meditadores expertos, como los monjes tibetanos con quienes practica sus estudios, la meditación dispara de forma casi inverosímil la emisión de ondas gamma, ligadas a los procesos de atención profunda. Las investigaciones de Davidson muestran cada vez con mayor contundencia que la meditación modifica de manera permanente la estructura misma del cerebro, es decir: cambia nuestra manera de percibir y experimentar el mundo. Esto, ligado a sus efectos sobre el sistema límbico –que gobierna el área emocional del hombre–, podría arrojar posibilidades enormes sobre condiciones como la ansiedad o la depresión.
Con todo, más allá de lo que diga la ciencia, de lo que intente probar o estudiar, meditar, en el fondo, es un misterio. Nadie lo puede enseñar. Pueden darnos técnicas, pistas, manuales. Pueden decirnos que es buena para la diabetes y la hipertensión. Sin embargo, la experiencia real de meditar es tan íntima y secreta que resulta prácticamente imposible de comunicar. De hecho, parece necesario que se vuelva una exploración muy personal. No nos obliga a pertenecer a ninguna pandilla, a ningún movimiento ni a ningún ideal. Es como si, en el fondo, tuviera que ser auto-enseñada y auto-aprendida.
Si se cultiva con amor, por el profundo de deseo de hacerlo, meditar será siempre una experiencia nueva y refrescante. Nos liberará de la necesidad de buscar siempre una misma experiencia, unos mismos resultados. Algunas veces nos sacará del tiempo. Otras, nos enfrentará a la selva de nuestra mente. En ocasiones, nos llevará a territorios internos totalmente desconocidos. Lo que es seguro es que, poco a poco, lentamente, ese acto simple e íntimo de sentarse algunos minutos del día con la columna erguida y los ojos cerrados, cambiará nuestra manera de experimentar el mundo. Lo hará quizás más dulce, más potente, más grato y más lleno.
Aquí, para quien quiera, una pequeña conferencia de Eckhart Tolle: ¿Qué es la meditación?
🙂
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