El misterio de Patanjali

Rodrigo Restrepo Ángel
Músico, filósofo y periodista
Instructor de Happy Yoga Bogotá y
estudiante de Un curso de milagros
rodrestrepo@gmail.com

Despertar de la kundalini http://www.elportalsagrado.com.ar/imagenes%20home/kundalini_Awakening.jpg
Despertar de la kundalini
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Patanjali pertenece a esa clase de maestros que desaparecen. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo nació o quién era en realidad. Dicen que su madre, Gonika, era una devota yoguini tántrica. Dicen que todos los días practicaba el sagrado Surya Namaskar –o saludo al sol– pidiendo  con fervor un hijo yogi al dios Surya, el dios solar. Dicen que Surya le concedió su deseo y que Gonika fue, además de madre, una fiel discípula de Patanjali.

Otros afirman que en realidad Patanjali fue uno de los míticos 18 siddhas o maestros que alcanzaron la perfección y trascendieron el ego y el karma. Su padre habría sido Atri, el primero de los siete Rishis –seres humanos divinos y clarividentes, sabios y santos que compusieron el Rig Veda.

Cuenta el mito que cierto día el dios Vishnú quedó tan extasiado al contemplar la danza de Natarash –que es el nombre que recibe el dios Shiva cuando baila– que empezó a temblar y entró en samadhi. La serpiente Ananta, que sostiene a Vishnú, le preguntó qué había sucedido, y al enterarse le dijo que quería encarnar como humano para poder experimentar el samadhi. Vishnú le pidió el favor a Shiva, quien le concedió a Ananta la gracia de encarnar en kamaloka –el mundo del deseo, mejor conocido como planeta tierra–. Ananta, la serpiente, nació como Patanjali del vientre de Gonika, quien a su vez era una encarnación de Parvati, la esposa de Shiva. Es por eso que, desde antes de nacer, Patanjali traía consigo la ciencia del yoga.

Patanjali, según el mito, era la encarnación misma del yoga: la serpiente kundalini  que se esconde en el interior de cada hombre. Pero él no era un hombre: era una fuerza suprahumana. Se lo suele nombrar como el padre del yoga, aunque es probable no fuera más que el inteligente compilador de un sistema de sabiduría milenaria. ¿Quién era a fin de cuentas Patanjali: un Dios encarnado en humano o simplemente un astuto escritor en el momento y el lugar indicados? Creo que este dilema es irrelevante. Como instructor de la humanidad, Patanjali nos regaló un mapa preciso, nos formuló de la manera más clara y sintética posible las señales del camino del conocimiento interior. Luego desapareció, pues lo que realmente importa es el mensaje, no el mensajero.

Patanjali dejó registradas sus enseñanzas en sutras: pequeños aforismos, ‘cápsulas’ de conocimiento o semillas cargadas de potencial. Detrás de cada sutra hay un universo entero, toda una vida de experiencia interna y una gran cantidad de energía psíquica. A manera de ejemplo, dice en su libro Yoga sutras: “Yoga es el cese de la identificación con las fluctuaciones de la consciencia. Y también: “Ignorancia es ver lo impermanente como permanente, lo impuro como puro, lo doloroso como placentero y el no Ser como Ser.

Decenas de místicos, yoguis y eruditos han comentado los 34 sutras de Patanjali. Y la verdad es que la mayor parte de dichos sutras pueden leerse como las pistas de un camino íntimo, o como instrucciones psicológicas para la liberación de la mente individual. Esto por lo general resulta revelador a quien piensa que practicar yoga es simplemente ejercitarse en las asanas o posturas físicas. No es así. Patanjali apenas dedica un corto sutra al tema de las asanas, pues para él el yogui no es una especie de atleta espiritualizado con las abdominales marcadas, sino un ser humano que entrena intensamente –y sobre todo – su mente. Cuentan que Patanjali tenía una vida social normal, que contrajo matrimonio con una mujer de nombre Lolupa y que tuvo un hijo a quien llamó Nagaputra. Nunca habla de formas de vestir, de comer o de caminar. Pero, en cambio, ofrece un variado menú de prácticas interiores. El yoga de Patanjali es un yoga que se practica en la consciencia.

Sin embargo, de cuando en cuando, Patanjali se sale del dominio psicológico y suelta alguna afirmación metafísica o esotérica, como esta: “Mediante la comunión en la relación entre el cuerpo y el espacio, y con la absorción cognitiva en ligeros objetos como el algodón, se obtiene el poder de viajar a través del espacio. Durante esta gran experiencia fuera del cuerpo, las fluctuaciones que surgen dentro de la consciencia son inconcebibles, ya que son percibidas como externas a este cuerpo y, a partir de aquí, viene la disminución del velo sobre la luz del Ser”.

Dentro de esta categoría hay un sutra que resulta especialmente misterioso. Está en el cuarto libro: Kaivalya-Pada, que habla de la liberación. Dice: “La transformación hacia otras especies se debe a las vastas posibilidades de la naturaleza”. Otra interesante traducción de este sutra es: “La transferencia de la consciencia de un estado a otro es parte del gran proceso creativo y evolutivo”. Lo que resulta curioso es que este sutra se sale del registro psicológico individual que ocupa la mayor parte del libro y entra directamente en el campo metafísico. De él se deduce que la ‘naturaleza’ o el ‘gran proceso creativo y evolutivo’ (prakirti) es un campo de potencialidad del que se derivan distintas ‘especies’ o ‘estados de consciencia’.

Dice Marshall Govindan, uno de los más recientes comentaristas de Patanjali, que este verso nos habla de “la probabilidad de que la especie humana, tal como está ahora constituida, evolucione hacia algo nuevo, quizás con posibilidades todavía no soñadas”. Este es un tema prácticamente inexistente en la tradición yóguica, a excepción quizá de los enseñamientos de Sri Aurobindo y la Madre, un par de yoguis del siglo XX que no hicieron otra cosa que hablar de las posibilidades de la evolución humana.

Este sutra, además, le otorga al yogui un rol más allá de su propio entrenamiento individual.  Es un anuncio, como dice Govindam, de que trabaja no solo para su propia evolución, sino para un nuevo estado de conciencia, una nueva especie o una nueva humanidad. Sin embargo, aquí es necesario tener en cuenta el sutra inmediatamente posterior: “Los actos buenos o malos no son la causa de la evolución natural, pero eliminan los obstáculos a la evolución de la naturaleza, como un granjero quita los obstáculos del curso del río”.

El yoga –o cualquier acto humano– no es la causa de la evolución, aunque sí remueve los obstáculos para que esta suceda de una manera fluida. El yogui, entonces, entrena su mente simplemente para ayudar a eliminar dichos obstáculos. No es, ni debe buscar ser, un personaje excéntrico, iluminado y superior, sino un ser humano con la suficiente consciencia para vislumbrar el cambio y permitir que este suceda de la mejor manera posible. No para él, sino para la humanidad. Después, como Patanjali, debe desaparecer.


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