Rodrigo Restrepo Angel
Músico, filósofo y periodista.
Instructor de Happy Yoga Bogotá
y estudiante de Un curso de milagros
rodrestrepo@gmail.com

Cuando le digo a la gente que soy vegano -que no como carne ni pescado ni lácteos ni huevos- hasta mis amigos profesores de yoga abren los ojos como si estuvieran frente a un extraterrestre. Yo les digo que hay extraterrestres peores, unos que se alimentan solo de crudos y otros que ni siquiera comen. Pocos me creen, y yo no puedo evitar una sonrisa y la honda sensación de gusto de ser un herbívoro convencido.
Hace apenas unos años, cuando me enfrentaba al tema del vegetarianismo, yo me pavoneaba al decir que “nunca iba a dejar de comer carne”. Los vegetarianos me parecían una especie de molestos rebeldes –pálidos y desgarbados- sin mucho sentido del gusto. No me persuadía el discursito de “no hacer sufrir a los animales”. ¿Acaso las plantas no se ven también afectadas cuando nos alimentamos de ellas? ¿Acaso la naturaleza no nos muestra que la vida necesita de una cierta dosis de agresividad? ¿Acaso el más apto no es el más fuerte, aquel que puede “comerse” al otro? Yo, por mi parte, comía huevos al desayuno, carne al almuerzo, pollo a la cena y pescado en los restaurantes.
Pero la vida es irónica, y en menos de tres meses pasé por una intensa experiencia interior que me llevó, casi sin darme cuenta, a volverme vegano. Mi cuerpo cambió mucho en este lapso. De repente era más liviano, me sentía más atento a sus señales y, sobre todo, me di cuenta de que no necesitaba la proteína animal para alimentarme. Mi cuerpo, para mi propia sorpresa, tomaba todos los nutrientes necesarios de los vegetales para mantenerse saludable, fuerte y flexible.
El verdadero cambio, en realidad, consistió en que me volví profundamente consciente de lo que como. Ahora sé, por ejemplo, que solo la quinua -el súper cereal andino- trae los veinte aminoácidos existentes. Lo aminoácidos son los componentes de las proteínas, las moléculas fundamentales para que el cuerpo regenere sus tejidos y lleve a cabo sus actividades metabólicas. La quinua tiene un 40% más lisina –aminoácido vital para el desarrollo de las células físicas y del cerebro- que la leche. Greg Schlick, investigador de la NASA, tras varios estudios del cereal, ha dicho que “la quinua contiene el balance de proteínas y nutrientes más cercano al ideal de alimento para el ser humano”. De hecho, la NASA y la FAO lo tienen como el cereal clave para la humanidad en el siglo XXI y una opción indiscutible ante la crisis alimentaria que se nos viene encima.
También sé ahora que la soya contiene un 38% de proteínas, un 30% de carbohidratos y un 18% de aceites, aparte de fibra y agua. Es una fuente espléndida de vitaminas, principalmente las del complejo B, y de minerales como el calcio, el fósforo, el hierro, el magnesio y el potasio. Además, trae un alto contenido de isoflavonas, moléculas que han demostrado propiedades anticancerígenas y antioxidantes.
Ahora siento la generosidad infinita de vitaminas y azúcares de las frutas. La hora de la ensalada es un deleite de colores y texturas. Soy especialista en cereales y granos y un fanático de los frutos secos. Nunca sentí que hubiera “sacrificado” el gusto de comerme un buen lomo o una pizza con carnes. No hay sacrificio en mi elección y eso me garantiza que ha sido una decisión sincera. Simplemente mi gusto cambió. Más aún: me di cuenta de que el gusto es algo que aprendemos culturalmente, un programa que instalamos por vía familiar y social. Ahora sé por experiencia propia que podemos –con una simple decisión- desinstalar el software y reaprender a alimentar el cuerpo de manera que no gaste tanta energía en el proceso de digestión.
Esa energía, vale decir, queda disponible para otras actividades. Leí hace poco en Internet que el atleta Scott Jurek se prepara para una maratón de más de 100km con un smoothie de pera, banano, manzana, aguacate y espirulina. Jurek, vegano desde hace años, mantiene el récord de carrera de resistencia en la costa oeste de los Estados Unidos: más de 200km en terreno escarpado. Por su parte, la ciclista Christine Vardaros, número 32 en el ranking mundial y vegana pura, come la noche antes de sus carreras un buen plato de pasta, rebosante de verduras frescas y sazonado con ajo y aceite de oliva.
Una persona que no sea atleta profesional necesita 54gr de proteína al día. Un deportista precisa unos 90gr. Adquirirlas no es problema con una dieta vegana balanceada y consciente: media taza de lentejas o de tofu contienen 10gr de pura proteína vegetal. Dos cucharadas de mantequilla de maní proporcionan 8gr. Ahora bien: el veganismo tiene la ventaja de que permite una mejor administración de la energía digestiva. Mientras un cuarto de libra de carne de res tarda unas cuatro horas en el estómago y hasta 72 horas en el intestino, unos fríjoles verdes con arroz –que equivalen a una ración de proteína completa– se demoran unas dos horas y media en el proceso de digestión y se absorben en un día.
Pero no es solo cuestión de administrar mejor la energía. Mi primera percepción al prescindir del alimento animal fue que mi cuerpo se tornaba mucho más sensible a los mensajes sutiles: los aromas, los sonidos, las vibraciones. Esta es una gran ventaja como profesor de yoga del sonido. A veces logro ‘escuchar’ internamente las vibraciones sutiles de un espacio o los estados de ánimo de una persona: siento los acordes densos de su tristeza o los arpegios dulces de su gratitud. Por lo tanto, puedo conectarme mejor con ella y ayudarla en su proceso.
El quinto chakra –centro energético que según la filosofía yóguica se ubica a la altura de la garganta– es mi instrumento de trabajo en clase. Gobierna la voz, el oído y la glándula tiroides, y los yoguis lo llaman Vishuda, que significa “purificación”. No es que me crea un ser puro –lejos de ello–, y tampoco creo que los antiguos yoguis se refirieran únicamente al cuerpo cuando hablaban de purificación. De nada vale un cuerpo purísimo con un corazón cerrado y una mente egoísta y fanática. Pero un organismo limpio por dentro es una mejor herramienta de servicio en el despertar de la consciencia.
Ahora bien: las “impurezas” del cuerpo –toxinas cárnicas, químicos artificiales, ácidos grasos del queso, azucares refinadas, estimulantes, drogas, tabaco y alcohol- salen por vía de las mucosas. Cuanto más ‘veneno’ tienes en el cuerpo, más mucosas generas. Más pesado te vuelves y con mayor dificultad logras conectar con tu ‘música’ interior. Antes sufría de rinitis alérgica, es decir, de exceso de mucosas. Ahora respiro profundamente y siento cómo mis células se energizan de prana –que es el nombre que los yoguis dan a la energía vital que viaja en el aire–.
Además, luego de superada la etapa rinítica, redescubrí el sentido del olfato. Ya no necesito tomar café pues quedo profundamente satisfecho con su aroma acre y poderoso. Lo mismo con el vino: apenas lo huelo y ya estoy de fiesta. Estoy enamorado de la miel y las frutas me endulzan la vida. Me conectan con la generosidad de las abejas y de los árboles y no con una breve satisfacción artificial.
Desde luego no soy radical en estas cosas. No puedo. No me suscribo al veganismo puro, pues se me parece demasiado a una religión: te prohíbe comer miel, usar zapatos de cuero, ropa de lana y cualquier producto de origen animal. No me interesa hacer del alimento una religión, sino una medicina. Cuando es inevitable comerse unos huevos, lo hago con gusto, y siento el poder animal circulando por mis arterias. Tampoco me hago lío cuando mis amigos quieren comer una pizza. Uso botas de cuero porque me gusta subir la montaña. No planeo volverme crudívoro o pránico –es decir, alimentarme solo del prana que viaja en el aire–. Claro está que tampoco planeaba volverme vegano.
Sé, sin embargo, que soy vegano no sólo por mí, por “mi” salud o por “mi” gusto. Soy consciente del estado crítico en que nos encontramos como humanidad. Sé que la ganadería es el cáncer de la selva amazónica y que, como mostró la FAO hace un par de años, genera 18% más gases de efecto invernadero que el sector de transportes. Me desagrada pensar que hemos inventado un sistema brutalmente eficiente para masacrar vacas e inflar pollos con hormonas. Y sé que en menos de 50 años el mar prácticamente no tendrá peces. La verdad es que no estoy de acuerdo con nada de esto.
Ser vegano -un vegano impuro- es mi forma de protesta ante este derroche de violencia y de inconciencia. Es mi postura, una postura silenciosa, serena y casi secreta. Es una ética personal y una manera de recordarme a mí mismo, tres veces al día, que mientras me encuentre en este planeta, me encuentro para ayudar a mitigar el sufrimiento de otros seres, humanos o no.
Ahora sé que los vegetales no sufren cuando los comemos, pues no tienen sistema nervioso. Y sé que nos donan sus frutos a manos llenas. Sé que el más apto no es quien puede comerse al otro, sino aquel que logra cooperar con ese otro de manera inteligente. Sé que la vida no muere, y por lo tanto no necesita defenderse o atacar para subsistir. Sé que no soy un cuerpo, que este es simplemente un vestido prestado mientras camino por esta tierra. Y mientras camino, me inspira profundamente saber que alimento sus células con la materia noble, sabia y luminosa del reino vegetal, y no con el dolor y el miedo de la muerte animal.
Rodrigo:
Comencé a leer con agrado su texto con intención de compartirlo por redes sociales y pensando que al fin alguien iba a explicar en español que significaba el veganismo, las ventajas alimenticias y la ética detrás de la filosofía vegana, pero al ir bajando de párrafos mi agrado se desvaneció totalmente. Mis objeciones a su texto son varias:
Empecemos con la definición de veganismo de acuerdo a quien invento el término en inglés.
«La palabra Veganismo denota una filosofía y una forma de vivir que busca excluir – tanto como sea posible y práctico – todas formas de explotación de y crueldad hacia animales para comida, vestimenta o cualquier otro propósito; y, por extensión promueve el desarrollo y uso de alternativas libres de (productos) animales para el beneficio de humanos, animales y el medio ambiente. En relación a la alimentación, el término denota la práctica de prescindir de todos los productos derivados total o parcialmente de animales.»
Creo que vale la pena volver a leer la definición, en especial la última parte para ser claros en lo que significa veganismo.
Mi desconcerto empieza cuando leo en su texto «estoy enamorado de la miel» y usted menciona la «generosidad de las abejas». ¿Ha usted pensado por que los apicultores usan trajes protectores? Creo que si fueran tan generosas y prestas a darnos la miel que producen no atacarían a quien se la está robando. Así como una vaca no le «da» su leche al humano, igualmente pasa con las abejas. Sí, sé que está pensando que le está escribiendo otro «radical», pero, ¿sabe usted si a la abeja reina de la colonia a la cual le robaron la miel le arrancaron las alas para que no dejara la colonia y las abejas obreras no la siguieran acabando el negocito? Es una práctica muy común entre los apicultores. ¿Sabe usted si a la abeja reina la transportaron a una nueva colonia con abejas guardaespaldas que mueren defendiendo a la reina de las abejas de la otra colonia?, ¿Sabe usted si cuando les robaron la miel a las abejas la reemplazaron con un endulzante que no es tan nutritivo como la miel que ellas producen, haciendo que se debiliten y mueran? Una de las razones por las cuales las abejas están extinguiéndose en varias partes del mundo. En países con inviernos fuertes los apicultores deciden muchas veces que no vale la pena mantener a la colonia durante el invierno, entonces rocean las colmenas con cianuro y se acaba el problema.
Luego habla usted de veganismo «puro» y lo compara con una religión. (No hay veganismo «puro», hay veganismo y carnismo, se es o una cosa o la otra. Es decir, o usted trata de evitar conscientemente toda crueldad contra los animales o no lo hace, lo invito a que vuelva a leer la definición). Comparación que, además de ofensiva para muchos veganos ateos, es inacertada y nociva para la filosofía o forma de vida que busca abolir la explotación de otras expecies a manos de la especie humana. Bien dijo alguien, al parecer anónimamente: «La religión le pide a la gente creer en cosas que nadie puede ver (algo así como los Shakras que menciona usted). Los defensores de los derechos de los animales le piden a la gente VER cosas que nadie puede CREER».
El veganismo rechaza las prácticas alimenticias tradicionales como resultado de un examén racional. La religión sobrevive gracias a la tradición.
¿Por qué digo que es nociva? Usted compara una postura ética con un culto. No hay dioses en el veganismo ni textos sagrados. hay hechos comprobables sobre los horrores de las industrias que se enriquecen por la explotación animal.
Luego escribe usted: «Cuando es inevitable comerse unos huevos, lo hago con gusto, y siento el poder animal circulando por mis arterias», ahí si que me confundió, empieza escribiendo que no consume huevos y luego afirma que sí lo hace y «con gusto», nada de remordimientos…y vuelvo y pienso para mis adentros que usted ignora la crueldad detrás de la industria del huevo, tanto o más de lo que ignora la de la industria de la miel. Varios puntos:
– TODAS las gallinas de la industria del huevo han sido genéticamente modificadas. Las gallinas «salvajes» o no ponedoras producen entre 10 y 15 huevos al año. En 1905 las gallinas ponedoras, como resultado de cruces ya eran capaces de poner 105 huevos al año. En tiempos modernos ya ponen 300 huevos al año. Sólo imagine que a una mujer la modificaran genéticamente para tener 300 menstruaciones al año. Pregúntele a las mujeres que conozca si les gustaría la experiencia.
– La producción de un solo huevo puede tardar hasta 26 horas. Es un proceso doloroso para las gallinas, compárelo con cólicos menstruales.
– Por cada cáscara de huevo que produce una gallina debe mobilizar el 10% del calcio almacenado en sus huesos. Por eso, si usted es lo suficientemente curioso, se encuentra con imágenes de gallinas que tienen las patas rotas porque no soportaron ni siquiera su propio peso, muchas sufren de osteoporosis, parálisis o síndrome del hígado graso como resultado del trabajo extra de sus cuerpos para producir huevos. Adiciónele las hormonas de crecimiento que les dan (¿medicina para su cuerpo?) y todo es más claro.
– A las gallinas en la industria moderna les cortan la punta los picos o se la queman para que no picoteen a las otras gallinas, puesto que viven en condiciones de hacinamiento, peor que una cárcel colombiana. Ah, bueno, y se me olvidaba que por esto mismo las llenan de antibióticos, por el riesgo de epidemia. Antibióticos que están presentes en los huevos. ¿Más «medicina» para su cuerpo?»
– Entre las prácticas modernas de producción de huevos se encuentra una llamada (muda forzada. En inglés forced-molting por si lo quiere averiguar más al respecto). Esto se hace cuando la gallina pasa el pico de su producción y comienza a bajar el número de huevos y consiste en privar de comida, agua y luz a las gallinas por espacio de 5 a 14 días, lo cual produce un shock en el cuerpo de la gallina que las obliga a producir más huevos de lo «normal».
– Los polluelos machos que nacen en la industria del huevo son molidos o asfixiados tan pronto nacen y los separan de las hembras. La razón: éstos no ponen huevos y no crecen lo suficientemente rápido como el pollo de pollería. No son rentables, por lo tanto la industria no tiene más uso que molerlos y que resulten siendo comida para mascotas o incluso para otros animales de granja. Se calcula que el número de éstos polluelos que matan en sólo la industria del huevo es de 200,000,000 cada año.
– El daño ambiental: se necesitan 3 kilos de granos para producir 1 kilo de huevos; se necesitan 2400 litros de agua para producir una docena de huevos.
– Por último: Una gallina ponedora puede vivir entre 10 y 20 años. En la industria del huevo viven entre 1 y 2 años ¿Ha visto usted las casas de retiro de las gallinas ponedoras? Se llaman mataderos.
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David, ante todo gracias por su respuesta completa y comprometida. Siempre es grato dar con un vegano puro, que se preocupa por sustentar lo que dice con grandes cantidades de datos y con gran pasión. Yo, desafortunadamente, sigo siendo un vegano impuro, como dice el título del artículo. Afortunadamente encuentro que mis razones aún me convencen. Por eso quisiera insistir sobre el punto central del texto, e intentar aclararlo y profundizarlo.
Primero quiero resaltar lo que estamos de acuerdo: el maltrato animal es injustificable desde un punto de vista moral, al menos para mí y para usted. La industria de los alimentos maltrata al reino animal y al reino vegetal mucho más de lo necesario y de lo éticamente aceptable. Estamos listos para discutir como sociedad abiertamente este asunto, que creo que es uno de los más importantes y uno de los más astutamente ocultos del debate público.
Mi decisión personal y silenciosa ante el sufrimiento animal ha sido volverme casi vegano. Ese ‘casi’ es lo que me torna ‘impuro’, y es el punto importante del artículo. ¿Por qué? Porque realmente me interesa este asunto, y pienso que las posiciones radicales y extremistas, justamente, polarizan y oscurecen la sana discusión. Consiguen exactamente lo contrario de lo que buscan: generar una consciencia y un cambio real, y en cambio invitan a los carnívoros convencidos a buscar argumentos cínicos. Polarizar es justamente lo que no quiero. Sí, es verdad: es importante tener datos suficientes. Es vital exponer los tipos de maltrato a que son sometidos los animales. Por eso le agradezco de nuevo su extenso comentario. Pero creo que no entendió el punto del artículo, David.
De lo que se trata es de cooperar de una manera inteligente y compasiva con todos los reinos que habitan este planeta, incluyendo, claro, a los ejemplares de nuestra propia y brutal especie. Entiendo su indignación. Yo mismo, como profesor, hablo de esto con mucha pasión. Pero he llegado a entender que la costumbre y el miedo de la gente pesa mucho más que mis argumentos, por inteligentes y fundamentados que sean. La gente no va a dejar de comer pollo o carne o pescado o huevos por leer más y más datos sobre el maltrato animal. Pero sí está muy dispuesta a empezar un cambio, por pequeño que sea, si puede ver que es posible y muy grato dejar de comer carne (¡o al menos tanta carne!) y si puede ver el ejemplo tranquilo y pacífico de una persona no radical. La gente sabe estas cosas, hermano, todos las conocemos en mayor o menor medida, y todos queremos ayudar. Eso téngalo por seguro: están ocurriendo cambios importantes en la consciencia de la sociedad. Pero atacar desde posturas extremas no es una buena forma de ayudar, ¿no le parece?
De otro lado, no todos los metabolismos están listos para el veganismo. La transición debe hacerse de forma responsable e inteligente. En yoga tenemos un principio que se llama ahimsa: la no violencia, que debe empezar con nuestro propio cuerpo y nuestra propia vida. Si no, ¿cómo podremos ser capaces de no violentar a otros cuerpos y a otras vidas? Tristemente he conocido muchos casos de personas que deben volver a comer carne por trastornos en el metabolismo debido a cambios de dieta mal llevados. Esas personas, que han emprendido su cambio con demasiada pasión, nunca más se vuelven a plantear el tema, quedan como traumatizados y prefieren no hablar más del asunto. Por eso dejé de insistir en la brutalidad del maltrato y ahora me concentro, por ejemplo, en darle consejos a la gente de cómo establecer una dieta vegetariana equilibrada e inteligente.
Y sobre todo, sigo alimentándome de la manera más consciente y pacífica que puedo, sin querer demostrarle nada a nadie, sin necesidad de exponer amargamente los ‘pecados’ de la humanidad. Nunca le digo a la gente que tiene que volverse vegetariana porque es moralmente mejor, ni expongo el gran mal que le están haciendo al planeta al seguir comiendo carne. Eso, me di cuenta muy pronto, implica ponerme en un plano de superioridad moral, como si los acusara. Y a la gente no le gusta que la acusen, sino que la ayuden, hermano. Por fortuna, como le digo, cada vez más personas están conscientes de este tema, y cada vez es más fácil ponerlo sobre la mesa. Muchos necesitan y piden esta información, pero debemos ser capaces de darla sabiamente, no desde la rabia.
Así que lamento decirle que sigo siendo un vegano impuro. Sigo comiendo miel, pues como me explicó un apicultor consciente, las abejas, luego de construido el panal, lo abandonan: lo donan o lo regalan a las demás especies. ¿No le parece una preciosa lección la de las abejas? Yo personalmente quiero permanecer cerca de esa vibración, y la miel es una de las medicinas más potentes y ricas que existen en este planeta. No tomo miel industrial, desde luego, sino que me cuido de comprarla a apicultores que respetan a las abejas y les permiten dar sus regalos de una manera pacífica, tranquila. También sigo comiendo huevos, no sólo porque sé que mi cuerpo necesita una o dos veces por semana la proteína completa (y el huevo es el alimento más completo en proteínas que existe). Pero desde luego compro huevos que sé que vienen de gallinas en pastoreo, gallinas con picos y alas que se suben a los árboles y ponen cada vez que les da la gana. Ah, y sigo usando sacos de lana y botas de cuero, pues me parece que se hace un peor daño al planeta y a la humanidad al usar productos derivados del petróleo y fabricados por esclavos en China.
Yo estoy convencido de que podemos ser crudívoros, veganos, vegetarianos (lacto u ovo-lacto) o incluso carnívoros moderados, pero inteligentes y compasivos. Pues el cambio importante, el verdadero cambio, se da en la consciencia, no en las formas o las costumbres, David. Eso, en yoga, se llama abrir el cuarto Chakra, el Chakra del corazón. Necesitamos cambios urgentes, pero reales y sabios, que provengan de una apertura real de la consciencia.
Rodrigo
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Muy interesante y gratificante, leer el artículo como así también los comentarios! Muchas gracias a ambos! Namaste!
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