¿Por qué no comemos perro?

Rodrigo Restrepo Ángel
Músico, filósofo y periodista
Instructor de Happy Yoga Bogotá
y estudiante de Un curso de milagros
rodrestrepo@gmail.com

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Bien cocinada, la carne de perro no es más perjudicial para la salud que la de un cerdo o una vaca. Además, goza de un orgulloso pedigrí y una larga tradición culinaria: los indios Dakota preparaban hígado de perro y hasta hace poco los hawaianos disfrutaban sus sesos y su sangre. Hipócrates alababa sus beneficios para la fortaleza y la salud, y los romanos se deleitaban cocinando cachorrillos. Visto el tema a sangre fría, comer perros sería mucho más ecológico, económico y sostenible que comer pollos o peces. “Cada año se ‘duerme’ de tres a cuatro millones de perros, lo que da lugar a millones de kilos de carne que se tiran a la basura”, dice Jonathan Safran Foer en su último libro, Comer animales. ¿Cuántos niños hambrientos podríamos alimentar con semejante stock de carne local y a todas luces ecológica?

Pero no nos digamos mentiras: aunque resulte obvio, racional y hasta ecológico, no nos comeríamos a nuestros perros por una razón muy similar a la que evita el canibalismo. Comer perros es un tema tabú porque simplemente ellos se parecen demasiado a nosotros: nos recuerdan con brutal franqueza que, como ellos, sentimos dolor, anhelamos el bienestar e interpretamos el mundo.

La pregunta sobre los perros, sin embargo, nos ayuda a plantear el problema de fondo, a enfocarlo desde una nueva óptica. Y el problema es: si no nos alimentamos de carne canina, ¿por qué, entonces, seguimos comiendo vacas, cerdos, peces y demás, sin siquiera preguntarnos por los efectos que esta simple acción genera?

Comer animales es un tema incómodo, en el cual resulta casi imposible evitar la polarización. Esta tendencia al conflicto y la dificultad para la discusión resultan un poco infantiles, pero demuestran que el tema es más importante de lo que estamos dispuestos a aceptar, y que hay aspectos que no estamos abordando con la suficiente calma y sinceridad.

Foer, autor de los best-sellers del New York Times Todo está iluminado y Tan fuerte, tan cerca, y una de aquellas personas que coquetean con la idea del vegetarianismo durante años, decide darse a la tarea de examinar a fondo el incómodo y confuso asunto en Comer animales. Que yo sepa, es el primer libro de esta magnitud y calidad que se haya escrito sobre el tema. Y Foer lo hace con gracia, profundidad y respeto. Entre el reportaje literario, la autobiografía y la novela de no ficción, nos sumerge en un viaje por granjas de pavos a media noche, por la historia de una abuela judía que come basura escapando del nazismo, por los mitos profundos que nos relacionan con la comida y por los importantes dilemas éticos y filosóficos que el tema saca a la luz.

Pues bien: no hace falta ser un genio para darse cuenta que comer animales es una cuestión mucho más seria y relevante de lo que parece a primera vista. “La carne está vinculada con la historia de quienes somos y de quienes queremos ser, desde el libro del Génesis a la última factura del supermercado. Propone significativas cuestiones filosóficas y es una industria que factura más de 140mil millones de dólares al año y que ocupa un tercio de la tierra del planeta, da forma a los ecosistemas de los océanos y podría decidir el futuro del calentamiento global”, dice Foer.

Vale decir que el libro era un best-seller desde antes de publicarse y ya ha generado intensos debates en Europa y Estados Unidos. Pertenece a esa generación de libros con página web y tráiler en YouTube. El popular sitio web de noticias Huffinton Post le ha dedicado nueve artículos, uno de los cuales ha sido escrito por Natalie Portman, quien de vegetariana silenciosa se convirtió en vegana activista luego de leerlo.

Descubrimiento capital: la comida no es solo comida. Es historia, hábito, relación y placer. Nuestros hábitos alimenticios están incrustados en lugares de la mente a los cuales no estamos dispuestos a acceder con mucha frecuencia. Nuestra relación con lo que nos llevamos a la boca escapa a la reflexión racional y frecuentemente se mezcla con recuerdos, costumbres y difusas emociones. Foer descubre que en el fondo de nuestro inconsciente colectivo aún existe un mito –cuyas versiones judía, indígena y griega concuerdan de manera sorprendente– que afirma que animales y humanos han sellado un pacto: nosotros –humanos– los protegemos, les damos de comer y les ofrecemos condiciones de vida digna; ustedes –animales– nos dan su leche, sus huevos y su carne. Aún hoy creemos de manera instintiva que es nuestro derecho de especie el sacrificarlos para comerlos.

No es fácil sacar a la luz todo el material profundo que nos liga a la comida. Se tocan fibras sensibles y zonas oscuras. Pero es justamente por esa razón que vale la pena hacerlo, con calma y sinceridad. Lo que nos plantea Comer animales, de una manera cuidadosa, honesta y versátil, es si a estas alturas esos instintos irreflexivos, esos mitos inconscientes y esos hábitos incrustados siguen siendo éticos.

¿Estaríamos dispuestos a castrar, mutilar y degollar a los animales que nos comemos? ¿Sabemos en qué condiciones viven y cuál es el proceso por el que pasan antes de llegar a nuestro plato? ¿Nos importa siquiera? ¿Se nos ha pasado por la cabeza preguntarnos por los efectos de la ganadería sobre el calentamiento global, o de la pesca industrial sobre el ecosistema marino? ¿Hemos intentado pasar un día, una semana o un mes sin comer carne? ¿Es “natural” comer carne animal? ¿Es ético hacerlo? ¿Justifica nuestro placer gastronómico o nuestros hábitos culturales el asesinar animales? ¿Estamos dispuestos a hacernos preguntas incómodas que impliquen un cambio en nuestro modo de vida?

Más allá de los sentimentalismos o de los usuales comentarios de los carnívoros convencidos, la cuestión de comer animales nos plantea uno de los más importantes desafíos morales de nuestra época. Dice Derrida, citado por Foer, que la dominación del hombre contemporáneo sobre el animal “podría denominarse violencia en el sentido más moral y neutro del término… Nadie puede negar en serio, o durante mucho tiempo, que los hombres hacemos lo que podemos con el fin de disimular esta crueldad o de ocultarla ante nosotros mismos, con el fin de organizar el olvido de esta violencia a escala global”.

Esto para no entrar en el tema de los efectos ambientales de la industria de la carne. La Naciones Unidas lo resumió así: “es uno de los dos o tres factores que más contribuyen a los problemas ambientales más serios, en cualquier escala… La ganadería industrial debería estar en el punto de mira cuando se aborden problemas como la degradación de la tierra, el cambio climático o la contaminación atmosférica, la escasez y contaminación de las aguas, y la pérdida de biodiversidad”.

Renunciar al sabor del sushi, o del pollo asado, dice Foer, puede ser una pérdida que va más allá del simple placer gastronómico. Cambiar lo que comemos genera una suerte de pérdida cultural, un olvido. Pero quizá merezca la pena aceptar esta clase de olvido. Quizá merezca la pena incluso cultivarlo. ¿Estaremos dispuestos siquiera a planteárnoslo?

Comer animales

Jonathan Safran Foer

Seix Barral

430 páginas

En librerías


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