Sat Nam. En estos días empezó de nuevo a rondar por internet el resultado de esa encuesta absurda que busca medir el grado de felicidad de los países. ¿Qué es felicidad? Creo que nadie lo tiene muy claro ¿Qué nos hace felices? Creo que nadie lo tiene claro tampoco.
Pero bueno, el tema de esta reflexión es ese resultado de que, por segunda vez, Colombia aparece como el país más feliz del mundo. No me interesa discutir aquí la precariedad de las condiciones de vida en nuestro país que contradicen rotundamente este resultado, pero sí quiero reflexionar sobre la actitud que nos hace querer que otros piensen que somos felices.
No creo que Colombia sea el país más feliz del mundo, ni tampoco creo que los países cuyos habitantes no viven en condiciones precarias lo sean. Creo que el concepto de felicidad se confunde con el cumplimiento de una serie de condiciones externas. Creo que el resultado de esta encuesta solo refleja el grado de lejanía que tenemos con nuestra realidad emocional interna, y el mismo hecho de que se realice una encuesta de este tipo refleja el maniqueísmo en el que seguimos sumidos, desde el cual percibimos una parte de nuestro ser emocional como bueno (lo feliz), y otro como malo (lo no feliz).
Creo que para nadie es un secreto que en nuestro país hay muchas más razones para no ser felices que para serlo, y que nuestra constante festividad es un mecanismo de defensa para lidiar con lo que ocurre aquí día a día. Pero hay algo hermoso en esta necesidad de evadirnos… es tan evidente, que parecemos niños tratando de escondernos detrás de nuestras propias manos, creyendo que si no vemos a los otros, los otros no nos ven. Hay algo muy bello que nace producto de la precariedad: la vulnerabilidad. El “aguante” y el “salir adelante” frente a la tragedia, que son cualidades de las cuales ufanarse en nuestro contexto. Ellas son la respuesta natural al sentimiento de abandono y desesperanza que como colectivo sentimos. Estamos tratando de retener agua en un colador, esforzándonos cada día por no mirar ese sentimiento de profunda vulnerabilidad que tenemos frente a una realidad que día a día aplasta nuestra integridad.
El problema aquí es que, así como sucede a nivel personal, cuando no se acepta una situación dolorosa interna y no se integra como parte de nuestra psique, esa ley que llaman ley de atracción magnetiza hacia nuestra vida experiencias que nos recuerden esa herida, como oportunidades de oro para reconocer e integrar esas partes “sombrías” de nuestro ser. Así mismo nos ocurre como colectivo. Esa retención emocional que nos impulsa a decir irreflexivamente que somos felices, solamente nos trae más y más desgracia.
¿Qué tal si empezáramos a escuchar lo que dicen nuestras emociones? ¿Qué tal si aceptamos esa voz que dice ´´ya no puedo más´´? ¿Qué tal si por primera vez dejáramos de ´´aguantar´´ y dejáramos a la luz una herida emocional colectiva que hace mucho está pidiendo sanación?… de pronto dejaríamos de estar en el ranking de los 10 países más felices del mundo y empezaríamos a ser más reales.