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Lourdes: la Virgen y el agua
Una mañana de febrero de 1858 Bernadette, una niña campesina de catorce años, se encontraba cerca de una gruta recogiendo leña, cuando escuchó un ruido muy fuerte, como una tormenta. Atónita, se giró hacia el lugar de donde provenía el sonido y vio un único rosal que se mecía de un lado al otro, como si lo moviera una fuerte brisa.
Casi al mismo tiempo salió del interior de la gruta una nube dorada y poco después una Señora, joven y hermosa (…) como yo no había visto ninguna -dice Bernadette-; vino y se paró a la entrada de la abertura, encima del rosal. Me miró inmediatamente, me sonrió y me indicó que avanzara, como si hubiera sido mi madre. Me había abandonado todo temor, pero ya no me parecía saber dónde me encontraba. Me froté los ojos. Los cerré y los abrí, pero la señora seguía estando allí (…) haciéndome entender que no me había confundido.[1]
Bernadette sacó su rosario, pero no fue capaz de darse la bendición. Tenía el brazo inmovilizado. La Señora, a su vez, tomó su rosario, que le pendía del brazo derecho, y solamente cuando la aparición se santiguó pudo Bernadette hacerlo. Dieciocho veces se apareció la Virgen ante Bernadette Soubirous, en una gruta de la zona rural conocida como Massabielle, cerca de Lourdes, desde el 11 de febrero hasta el 16 de julio de 1858. La Virgen vestía de blanco, con un cinturón azul y un rosario dorado colgando de sus brazos. Tenía las manos en oración y de cada uno de sus pies brotaba una rosa dorada.
Durante su novena aparición, el día 25 de febrero, la Virgen le dio una extraña orden a Bernadette. Le dijo que bebiera de la fuente, que se bañara en ella y que comiera de las plantas que crecían allí. Pero no había ninguna fuente. Bernadette pensó que la Virgen se refería al río Gave, que quedaba cerca, pero la Virgen le señaló la tierra con el dedo, indicándole que escarbara. Bernadette así lo hizo, pero en tres intentos sólo sacó fango. En su cuarto intento encontró algunas gotas claras, y las bebió. La gente quedó entre desconcertada y defraudada al verla con el rostro manchado de lodo. Muchos la acusaron de loca, pero pocos días después brotaron allí mismo las aguas curativas de Lourdes, un manantial que genera cien mil litros de agua por día[2] y del que miles de casos testimonian sus poderes milagrosos. Existen aproximadamente 7mil casos registrados de curaciones espontáneas por el agua del manantial. Vale decir que solo 67 han sido aprobados por la iglesia católica, que suele extremar sus medidas de prudencia en estas situaciones.
El 25 de marzo de 1858, en su decimosexta aparición y ante la insistencia de Bernadette de que revelara su nombre, la Señora declaró: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Hacía sólo tres años que la iglesia había declarado como nuevo dogma de fe la inmaculada concepción de la Virgen, esto es, que Ella misma –como Jesús– había sido concebida sin pecado. Bernadette, una niña campesina y casi analfabeta, no era capaz de comprender el significado ni la repercusión de semejantes conceptos teológicos. Tal y como los jóvenes videntes de Medjugorje y de Fátima, fue duramente interrogada por las autoridades civiles y eclesiásticas. Y en su paso como novicia y monja entre las Hermanas de la caridad, fue tratada con especial rigor por su madre superiora, quien no creía en sus visiones. Padeció una dolorosísima tuberculosis ósea y murió a los 35 años. Treinta años después de su muerte fue exhumada y su cadáver fue encontrado en perfecto estado de conservación.
Pontmain: la Virgen y la noche
El 17 de enero de 1871, en el clímax de la guerra franco-prusiana, Eugène y Joseph Barbadette, los dos hijos varones de César Barbadette, se encontraban ayudando a su padre en el establo de su casa. Era una noche totalmente estrellada en el pueblo de Pontmain, Francia, cuando Eugène, el hijo mayor, salió al aire libre y vio en el cielo a una hermosa mujer que le sonreía. Tenía un vestido largo, azul con estrellas doradas, un velo negro y una corona de luz.
El padre y el hermano menor salieron también. El niño podía ver a la Señora, pero el hombre no. Salió la esposa de César, Victoire, que estaba en la casa, pero ella tampoco podía verla. Llamaron entonces a unas vecinas, la profesora de la escuela y dos niñas más. De nuevo, las niñas veían perfectamente a la Virgen, pero las mujeres adultas no. Pronto hubo una multitud arrodillada, rezándole a la Señora. A medida que recitaban el rosario, los adultos sólo podían ver un triángulo de estrellas más brillantes que las demás. Pero los niños, ante quienes la Señora se mostraba claramente, eran testigos de cómo las estrellas de Su vestido se multiplicaban hasta llenarlo todo de luz. Entonces los niños vieron un estandarte que se desenrolló y reveló el mensaje: “Oren, mis niños. Dios los escuchará a su momento. Mi hijo se deja tocar”.[3] Se dice que esa misma noche el general de las tropas prusianas detuvo su avance en territorio francés hacia Pontmain, pues una Maddona invisible estaba bloqueando el camino.[4]
Joseph, el hermano pequeño, se convirtió en sacerdote de la congregación de los Oblatos de María Inmaculada. Años después declaró:
Sus manos eran pequeñas y estaban extendidas hacia nosotros como en la Medalla milagrosa. Su rostro tenía la sonrisa más exquisita y delicada, de dulzura inefable. Sus ojos, de indecible ternura, estaban fijos en nosotros. Como una verdadera madre, parecía estar más feliz mirándonos que nosotros en contemplarla.
*Rodrigo Restrepo Ángel: Músico, filósofo y periodista, Instructor de Happy Yoga Bogotá y estudiante de Un curso de milagros: rodrestrepo@gmail.com
[1] Delaney, John J. (ed.), A Woman Clothed with the Sun, Nueva York, 1961, citado en Harpur, P., ibíd., pág. 165.
[2] Tomado de: http://es.wikipedia.org/wiki/Nuestra_Se%C3%B1ora_de_Lourdes.
[3] Cook, hno Robert, “Our Lady of Pontmain”, Immaculata E-magazine, 2005, tomado de: http://www.consecration.com/default.aspx?id=123
[4] Alves, Liane. Notre Dame de Pontmain, the Lesser-Known «Our Lady of France», Rendez-vous en France magazine. Tomado de: http://en.wikipedia.org/wiki/Our_Lady_of_Pontmain#cite_ref-4.