Algo que he aprendido en mi camino de conexión con lo divino es que la espiritualidad también puede ser usada por el ego. Escondernos para no ver, para no sentir, para no sufrir. Y llamar a todo eso que somos “muy espirituales y todo es paz y amor”.
Mis maestrxs son muy críticos con el asceta que se retira de la civilización, el ermitaño. Nuestra alma escogió encarnar para aprender de la vida humana que es colectiva y pasa por el cuerpo. Por supuesto, somos más que cuerpo, más que colombianes (en mi caso), más que nuestro género, etc.
Pero en esta encarnación hay un contexto que elegimos venir a trabajar y esa pregunta, casi constante, que evoluciona y nunca tiene respuesta definitiva: ¿qué papel tengo en esta vida que escogí venir a vivir? es imposible de evadir por completo.
Mi amiga Har Rai dice que la neutralidad es complicidad y para mí esta es una invitación a reflexionar y comprender mejor de dónde vienen mis propias posturas de la vida, inevitablemente políticas, a quién escucho y a quién no, qué vidas me importan y cuáles no, etc. ¿Te importa más un monumento caído que la calidad de vida de miles de personas? ¿Prefieres que se callen las masas porque al fin y al cabo estás bien y no quieres perder tus privilegios?
No hay neutralidad.
Quienes piensan que no pronunciarse frente a la mascare que está sucediendo ahora mismo en nuestro país mayormente por parte de fuerzas policiales, militares y paramilitares hacia la población civil, o la evidente injusticia del sistema de salud, educación, pensiones, precio de la gasolina y peajes, etc. no es neutralidad. ¿A quién beneficia mi silencio? ¿A quién beneficia mi “todo zen”?
Si hay algo que se acerca a la neutralidad, en mi opinión, es la capacidad de observar de donde vienen mis visiones de los demás, de las situaciones y de mí, y tratar de comprender de dónde vienen las de les otres. Es lo que ciertas vertientes feministas llaman “conocimiento situado”, que para elles es la verdadera objetividad.
En el fondo, cada une de nosotres tenemos un compás. En nuestro interior, sabemos lo que es correcto y justo. A veces nos dejamos llevar por posturas y opiniones de padres, familias, medios. Pero si nos sentamos frente a frente a nuestro corazón, sabremos lo que es verdad, la verdad que viene de la conexión más profunda con el espíritu. Mientras sea auténtica, esa es la verdad que debería regir nuestras acciones. Ninguna otra más.
Entonces, tenemos el riesgo de utilizar la “espiritualidad” para acallar nuestro compás interior. También utilizamos los medios de comunicación que nunca informarán lo que no les beneficia para acallar nuestro compás. Nos da miedo sentir. Nos da miedo la rabia, indignación, desesperanza. Incluso nos da miedo permitirnos tener expectativas de un mejor país, por el miedo de que no se cumplan.
Cada día, cuando veo lo que pasa en Colombia, me doy el permiso de llorar. También me enojo, y siento que no hay salida. Soy una persona espiritual, y es la espiritualidad la que me ha enseñado que mis emociones deben ser sentidas, que pasan por el cuerpo y que me dan información sobre mí y sobre otres.
No me identifico con mis emociones, justamente por eso las puedo sentir, porque sé que no van a matarme. No actúo impulsivamente desde mi rabia, pero tampoco desde el miedo.
En mi caso personal, aunque me de miedo, sé que debo salir a las calles, de la forma más segura posible (nunca es seguro), y ver cómo ayudar, conocer otras realidades, escuchar a otra gente.
No soy capaz de ser de la primera línea y ahí está también mi más honesto límite. Admiro profundamente a todos aquellos que lo hacen. De verdad, mi corazón se conmueve con la labor que ha escogido su alma aquí y ahora. Quiero apoyarles como pueda, sabiendo que siempre será poco, demasiado poco.
Cada quién tiene su forma de participar en este paro y hay razones de por qué así lo hace. Mi llamado es a reflexionar precisamente sobre eso y preguntarnos: ¿estoy usando mi espiritualidad como comodín de mi ego?, ¿le estoy creyendo a los medios dominantes de la información sin cuestionar a quién le sirven? ¿por qué? ¿me he sentado a identificar de dónde vienen mis posturas en este conflicto colombiano? ¿soy consciente y sé muy bien cuál es mi privilegio en términos, de raza, clase, género y cómo eso influye en mi pensar?
Esa era la reflexión que quería ofrecer en medio de esta situación tan triste, pero a la vez llena de posibilidades en Colombia. Sé que cada une de ustedes está haciendo lo que cree mejor. Yo también.
Les mando cariño.
¡Colombia resiste!
