Sanar transformando la historia que te cuentas

Por siri g

Parte de mi camino espiritual de sanación y transformación personal me ha traído a un hermoso curso llamado Just Be, impartido por mi amiga Har Rai en colaboración con el arcángel Raziel. Si han seguido mis historias del blog, ya sabrán que esta es una de muchas experiencias con diferentes maestros, guías, tradiciones, etc. con las que me he topado en esta inesperada aventura de la vida.

Una de las hermosas enseñanzas de esta clase es la insistencia en reevaluar nuestras ideas generalizadas y negativas sobre nosotros mismos y el mundo, lo que en el Pathwork llamamos images (imágenes). Cada une las tiene; se han formado a partir de experiencias dolorosas o por adoctrinamiento familiar, cultural, político, religioso, etc.

En mi caso, por ejemplo, una de las muchas ideas negativas que tengo, y que heredé en parte de mi familia, es que tengo mala suerte y que las cosas por lo general me salen mal, son más difíciles, más complicadas que para otros. Recuerdo que mi mamá solía decirme: “hija, hay quienes nacen con estrella, y otros estrellados” y por supuesto, nosotres éramos estrellados, sin duda. Por décadas, creí, tal vez sin darme cuenta, que tengo mala suerte y que las cosas no se me dan.

Estas imágenes negativas, que como vimos muchas veces son inconscientes, funcionan como un imán. Entre más nos aferramos a estas ideas, más vemos cómo se comprueban en nuestra vida, no solo porque llevamos unos lentes que solo ven aquellas confirmaciones, sino también porque en el campo de manifestación que comienza en la mente, al estar alienados solo con esta perspectiva del mundo, creamos la materialización repetida de ello en nuestro día a día. Esa es la tragedia de vivir sin consciencia.

Ante esta realidad, tenemos diferentes cursos de acción para sanar. ¡Aleluya!

El primero es “pescar” estas imágenes, trayéndolas al consciente, a través del análisis de las áreas de nuestra vida con las que no estamos satisfechos o el estudio de las situaciones que nos gatillan emociones intensas y desesperanza.

Otra acción que podemos tomar es la de consagrarnos a contrarrestar estos pensamientos e ideas negativas, malas generalizaciones, con afirmaciones que nos digan lo contrario. En mi ejemplo, me repito día a día, “todo lo hago bien, todo me sale bien, tengo mucha suerte”. Las primeras veces, solo decirlo en mi mente me hacía echar a llorar. Hoy día, cuando me encuentro en ansiedad extrema, tomo un respiro y me digo: “todo lo hago bien, todo me sale bien, tengo mucha suerte”. ¡Qué medicina!

Incluso, ahora experimento con pensar esto de quienes amo. Veo a mi madre y a mi tía y al verlas me digo: «todon lo hacen bien, todo les sale bien, tienen mucha suerte». Es maravilloso.

Lo tercero que podemos hacer como complemento en el proceso de transformar con amor las historias que nos decimos sobre nuestro pasado, presente y futuro es encontrar recuerdos de historias que contradigan nuestras rasas generalizaciones. Eso es lo que voy a ejemplificar ahora y te invito a que, al leer estos ejemplos, te inspires y te animes a hacer lo mismo.

Historia 1

Cuando era de 9 o 10 años, siendo une niñe bien extraño y aislado, con mucho miedo de socializar y hablar con otros, solía salir a patinar en mi conjunto para divertirme. Un día de esos, en mi recorrido de la tarde, un perro callejero que andaba suelto se lanzó corriendo tras de mí a morderme. Sole y sin saber qué hacer, siendo amante de los perros y poco ágil en mis patines, atiné a agarrarle el hocico al perro que se había lanzado a morderme el estómago. Sus patas me llegaban casi a los hombros. Con toda la fuerza de mis manos, agarré el hocico del animal que se quedó con mi camiseta gris de bugs bunny entre los dientes. ¿Y ahora qué? Me quedé mirando al perro, el perro a mí; yo en patines, el perro zarandeándose para liberarse y sin duda morderme ahora sí peor.

De repente, de la nada, un chico muy alto que jamás había visto en el conjunto llegó gritando con una gran presencia tratando de espantar al perro. El perro salió corriendo sin dejar rastro y cuando menos me di cuenta, a punto de decirle a mi salvador un “gracias”, ya estaba muy lejos en sus patines en línea hasta perderse en la distancia. No sé cómo explicarles, pero mi mente de niñe sabía que aquella presencia no era humana. Mi mamá dijo que era un ángel. Nunca más lo vi, pero jamás lo olvidé. Me fui a la casa temblando y con un óvalo de babas en mi camiseta gris, el testimonio del casi ataque.

Dos décadas después, una mujer que lee los registros akáshicos me contó que junto a mí siempre ha estado un guardián, una energía masculina, que llegó a mi vida cuando tenía 5 años (momento, quizás, cuando me sucedió un evento muy traumático) y que siempre está conmigo. Algo me dice que fue él quién me ayudó. Hoy en día, no le tengo miedo a los perros, los amo.

Historia 2

Cuando vivía en Brasil (2010), haciendo un intercambio para terminar mi carrera de estudios literarios, solía ir a muchas fiestas en el campus, en la Universidad de San Pablo. Tenía un impulso de liberación, de desatarme, siendo alguien muy reprimido en mi adolescencia. Cada jueves, había en el departamento de artes una fiesta que se llamaba “Quinta e breja” como “jueves y pola (cerveza)” con mucha música, baile y alcohol.

En una de esas, y sabiendo que tenía clase el viernes a las 7:00 am, decidí irme a mi casa a pie (otra vez sole) como era clásico de mí. Sin decirle a nadie y bajo la influencia del alcohol, me propuse atravesar la “favela universitaria”, caminar a la vera de la calle principal y llegar a mi casa, que quedaba a las afueras del campus. Balanceándome, recuerdo que llegué a la avenida y estaba oscura y sin absolutamente nadie a la vista.

De repente, una camioneta se detuvo y me dijo en portugués, ¿te llevo?

De verdad no tengo cómo explicarles por qué decidí subirme a ese carro.

Lo manejaba un hombre que iba solo y que de inmediato se dio cuenta, por mi acento, que no era de Brasil. Me preguntó qué hacía mientras majeaba unos kilómetros, los pocos que me separaban de mi casa.

El hombre se detuvo al frente del parqueadero de mi apartamento y me dijo: “no debes hacer esto nunca más, corres peligro, alguien te podría secuestra o hacer daño”. Me abrió la puerta y se perdió en la noche.

Este año, en 2022, cuando me enteré de la historia de la joven mujer en Monterrey, Debahni Escobar, que se quedó en la carretera después de que sus amigas tomaran otro rumbo y fue encontrada asesinada días después, me eché a llorar. Recordé lo que me había pasado y ya no tuve cómo decir que tengo mala suerte. Me sentí infinitamente agradecide de estar aquí y el recuerdo me llenó de humildad.

Sobra decir que estas dos experiencias, especialmente la última, podrían haber terminado trágicamente. Literalmente en violación, violencia e incluso asesinato.  

Lo más intenso es que, en ambos casos, fue un hombre quién me ayudó, y mi mayor trauma proviene de los hombres (como no es de sorprenderse, tristemente, en nuestro contexto). Desde hace años he estado trabajando en sanar esta herida y encontrar en mi camino hombres diferentes que me ayuden a contrarrestar mi imagen negativa. Estas dos historias me retumbaron en el alma.

Espero que entiendas que el punto de contar estas historias no es decir que yo soy excepcionalmente una persona de buena suerte. Es simplemente un ejemplo de cómo podemos encontrar historias que desmientan nuestras imágenes negativas sobre nosotres y sobre el mundo. La buena noticia no es solo que yo todo lo hago bien, todo me sale bien, y tengo mucha suerte, sino que TÚ TAMBIÉN. Se trata de que puedas ubicar tus “imágenes” y encontrar la medicina para transformarlas. Que cultives nuevas ideas que afirmen la vida y tus posibilidades, y que descubras los ejemplos que te muestran que no es verdad que seas incapaz, perezoso, de malas, menos que otros. ¡Todo está en la mente!

Eso era ¡Les quiero en la distancia! Muchas bendiciones en su camino.


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